Adoctrinar

Escrito por José Manuel Pedrós García
Viernes, 01 Diciembre 2017 16:29

Es muy curioso observar cómo a través de los diferentes artículos de opinión que vemos de concejales, alcaldes o líderes políticos locales, éstos no escatiman adjetivos para loar a sus correspondientes presidentes nacionales o autonómicos, o para ensalzar los beneficios de unas políticas (las suyas) que, aunque a veces no sean las más adecuadas, ellos ven sin fisuras. Tampoco ven grietas de ningún tipo —y las hay, y muchas— en la interpretación de los hechos y las actuaciones que ocurren a menudo relacionados con dirigentes de sus partidos.
 
Todos los articulistas que pertenecen al gremio político tienen excusas suficientes para explicar la actuación de ciertos correligionarios suyos (aunque algunas actuaciones rocen lo delictivo), como justifican cualquier conducta, comentario o licencia inequívocamente inadecuada, anacrónica o improcedente; y cuando se ven acorralados se dedican a tirar balones fuera o a esgrimir el socorrido «y tú más».
 
Aquí nadie posee la virtud de la autocrítica, aunque sí existe la crítica despiadada hacia los demás; y creo que todos «hacen» cosas positivas y negativas. Nadie se salva de la quema; y lo que sí está claro es que una mayoría está en política para obtener un beneficio económico, de una forma directa o indirecta, como en su día dijo un ministro del PP, pensando que hablaba a micrófono apagado: «Yo estoy aquí para forrarme». Nadie entra en política «por amor al arte», o, en este caso, «por amor a los demás», o para beneficiar a todos los ciudadanos, como debería ser, y no sólo a los amigos.
 
El dinero y el poder son las dos cosas que siempre han movido al mundo, y los políticos están ahí para aprovechar una de ellas, la otra o las dos.
 
No sé si uno entra en un partido político por ideología —quiero creer que sí—. Nunca he militado en ninguno, ni tengo intención de hacerlo, lo que me otorga el privilegio de poseer la libertad y la independencia necesarias. Libertad para poder expresar mis ideas sin que me sienta coaccionado o adoctrinado por nadie, e independencia para poder rechazar lo que me parece nefasto, venga de la derecha o de la izquierda, del independentismo o del constitucionalismo.
 
De cualquier forma, pienso que las críticas han de ser siempre constructivas y elegantes. No se pueden, o no se deben, herir las sensibilidades de los que han hecho algo con pleno convencimiento de ello, y pensando que lo hacen por el bien común (el beneficio de la duda siempre debemos otorgarlo); como no se debe criticar nada de una forma feroz, argumentando la tan manida frase de «yo siempre digo lo que pienso», precisamente porque luego uno no admite, o no le parece bien, que los demás digan lo mismo cuando no están de acuerdo con nuestras apreciaciones.
 
Los políticos están acostumbrados a «tirarse al degüello» sin importarles las formas, las buenas maneras o los buenos propósitos, y eso, posiblemente, tenga mucho que ver con el «adoctrinamiento» —a veces autoimpuesto— al que se han visto sometidos por sus propios partidos, algo que, según mi entender, no ocurriría si se tuviera la suficiente libertad y la independencia formara parte de nuestro bagaje más íntimo. Después hablamos del adoctrinamiento al que someten a los niños los independentistas en las escuelas, similar —aunque de diferente signo— al que nos sometieron en la época franquista, o al que siempre han sometido desde los púlpitos los prelados a los creyentes; pero todos estos, como se puede ver, no son los únicos adoctrinamientos.
 
José Manuel Pedrós García

 

 

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