Tristeza y felicidad

Escrito por José Manuel Pedrós García
Viernes, 16 Junio 2017 15:45

Un análisis de un periodista de El País, del pasado sábado 10 de junio, sobre las elecciones en Reino Unido, empezaba diciendo: «En política, como en la vida, la tristeza o la felicidad dependen de las expectativas». A continuación hacía un repaso sobre la pérdida de las elecciones generales de 2015 del Partido Laborista, en las que su líder dimitió, y sobre la pérdida también en estas elecciones generales de 2017 del mismo partido, en el que a pesar de ese varapalo, quien se ha tambaleado más ha sido la líder del partido ganador, la conservadora Theresa May, sobre la quien muchos especulan que será la que en breve tenga ahora que dimitir.
 
En realidad, yo no quería hablar hoy de política, aunque pueda parecer lo contrario, es más, no lo voy a hacer. De lo que sí quería hablar es de la tristeza o la felicidad que a todos nos embarga cuando algo que acometemos con cariño nos sale bien o mal, y eso produce en nosotros bienestar o decepción. Porque estamos acostumbrados a pensar que es así, y que el pesimismo o el optimismo que en cada momento nos absorbe o nos conmueve está en función de cómo nos vayan las cosas en la vida, de cómo resulten nuestros proyectos, de que tengamos en nuestro trabajo expectativas de mejora salarial o de éxito profesional, o de que, por el contrario, todo nos vaya mal y no tengamos ni siquiera trabajo.
 
Puede parecer que tenemos dicha y bienestar si la relación con nuestra familia, con nuestra pareja o con nuestros hijos es una relación óptima, alegre y positiva, y que cuando nos sentimos deprimidos es porque no es así, porque se tambalean nuestros sentimientos al no encontrar respuesta adecuada a nuestros esfuerzos, o porque no existe ningún tipo de empatía entre nosotros y esos que tenemos tan cerca.
 
Sin embargo, yo no creo que esto sea invariablemente así. Las relaciones personales no son siempre como nosotros quisiéramos que fuesen, eso es evidente, como también es evidente que nuestra felicidad no depende en cierto modo de nuestro entorno, o al menos no siempre; pero, además de las características propias de cada uno y de la capacidad de empatía que tengamos con los que nos rodean, vivimos en un mundo materialista, que todo lo calibra en función de lo que tenemos o de lo que podemos conseguir a corto o a medio plazo. No pensamos en la felicidad como algo relacionado con nuestra espiritualidad, ni como algo relacionado con la capacidad de poder darnos a los demás, es decir, de que nuestro trabajo habitual no esté sólo encaminado a obtener un beneficio para nosotros, sino que, además de eso, tienda a ajustar los desequilibrios sociales que existen.
 
Trabajar por un mundo más justo y más igualitario nos puede reportar unos beneficios mayores que ese trabajo en el que la competitividad es lo único que prevalece; en el que lo único que importa es ser superior a nuestros compañeros o a nuestros amigos; en el que para subir nosotros un escalón más no sea un obstáculo pisar a quien sea necesario.
 
La materialidad nos envuelve, en el trabajo, en la familia, en la política, en cualquier estamento de la vida. Todo vale si nos va a reportar un beneficio económico o social cada vez mayor; y no es así, por supuesto.
 
Dejemos a un lado la política del Reino Unido, la de EE UU o la nuestra, aquí en España o en nuestra Comunidad Valenciana. Dejemos de hablar del Brexit, de las ideas enrevesadas de Trump o de los nuevos partidos que se afianzan en Europa con sus políticas excluyentes, xenófobas y radicales, esas que todos denominamos populistas; y pensemos en lo que podemos hacer cada uno desde nuestro ámbito laboral, amistoso o familiar; porque al final lo único que nos va a reportar felicidad en nuestras vidas, lo único que va a importar es la capacidad que cada uno tengamos para contribuir a la paz y a la igualdad de un mundo que, si no ponemos remedio pronto, se nos desmorona.
 
José Manuel Pedrós García

 

 

SUCESOS

SALUD