Sagunto y Puerto

Escrito por José Manuel Pedrós García
Jueves, 09 Febrero 2017 17:47

Sin título 1

Sin título 2

Estas dos fotografías de Puerto de Sagunto y de Sagunto (tanto monta, monta tanto), dos núcleos distintos para una gran ciudad, que el alcalde ha colgado en su muro de Facebook, procedentes de Sagunto Turismo, nos ofrecen la belleza de un espléndido amanecer en el mar, desde el pantalán de El Puerto, y las luces y sombras (no menos bellas) de un atardecer en la ciudad romana a los pies del castillo; pero si buscamos más allá, podemos observar también que los tintes de El Puerto son violáceos, amarillos y rojizos (los colores republicanos) y los de Sagunto azulados (el color conservador por antonomasia).

El rojo es también el color de la pasión, pero a su vez es el que define lo negativo, lo prohibido, lo rebelde, y la izquierda, muy específico en la fotografía porteña; mientras que el azul es el color de la tranquilidad, el que está hermanado con el cielo, con la derecha política y con lo permitido, y ese no puede ser más elocuente en la fotografía saguntina. ¿Quiere decir algo todo esto? ¿Es una simple coincidencia a la que no hay que añadirle otro matiz?

Quizá mi imaginación llega a ver cosas que no debería, pero quizá también defina una actitud o un sentimiento que identifica a las personas de cada una de las dos poblaciones, y eso no se puede ocultar; como no se puede ocultar que una fotografía represente el amanecer, el día, el nacimiento de algo, incluso lo fresco, lo que brota y la energía que encierra a la juventud; mientras la otra puede ofrecer todo lo contrario: la oscuridad, lo caduco, el final del día, lo senil, quizá lo desgastado o lo obsoleto.

Seguramente el señor alcalde no ha visto todo esto en sus dos fotografías, y sólo ha querido que la gente piense que es el alcalde de una gran ciudad con dos núcleos, y que para él los dos son igual de importantes: El alcalde de una ciudad histórica, con dos poblaciones totalmente diferentes, una agrícola y conservadora y otra industrial y progresista; y alguien me puede decir que él es más republicano y más de izquierdas que muchos porteños, y no lo dudo, porque sé que es cierto (la excepción siempre confirma la regla), aunque creo que las izquierdas y las derechas en la actualidad se encuentran diluidas, desdibujadas, y deberíamos hablar mejor de políticas adecuadas o nefastas, o de políticas útiles para la población o inservibles, más que de políticas sociales o liberales, que son definiciones que a muchos le gusta emplear en la actualidad, en lugar de hablar del tradicional socialismo y capitalismo; pero esto es sólo una opinión, y lo del republicanismo, el independentismo y la izquierda, como cualidades del grupo en el que milita el alcalde, pueden ser sólo unos matices al margen de esto, unos matices que tampoco definen con exactitud semblantes y actitudes, porque una cosa es la apariencia y otra la realidad.

Es posible que el alcalde de Sagunto no haya pensado en la metáfora que podría suponer lo que encierran ambas instantáneas, y él, que siempre ha estado en contra de la segregación porteña, opción muy válida, eso nadie lo discute —debo reconocer que yo tampoco estoy a favor de la escisión, aunque sea porteño, pues creo, por encima de todo, en la solidaridad de los pueblos y de las gentes como algo fundamental en la convivencia—. Él, como digo, seguramente sin quererlo, nos está diciendo que si no ha reconocido la grandeza de El Puerto, su riqueza, y lo que contribuye a la ciudad con su juventud, sus ideas claras y su permanente actividad industrial, ahora resulta que el subconsciente le traiciona, y da la razón a los que siempre han dicho que no tiene mucho sentido que sigan juntas dos poblaciones tan diferentes, sabiendo que una aporta más que la otra, y que la tradición de ciudad romana es una cosa que nadie va a negar, pero tampoco se puede negar la cualidad cosmopolita del núcleo de El Puerto, algo que a veces no se nos ha querido reconocer a los del moll.

Ambas cosas son dos antónimos que, desde luego, no casan bien. Siempre ha existido una cierta rivalidad entre la gente del mar y la gente de tierra adentro, pero hay que reconocer —y estoy generalizando— que las poblaciones de la periferia siempre han sido más decididas y han tenido las ideas más claras y más avanzadas, y que si se ha progresado en algo, no ha sido gracias al conservadurismo del interior sino al entusiasmo y al tesón de los contornos. Y todo esto lo digo, aun reconociendo —insisto— que no soy partidario de ruptura alguna, es decir, sin ningún tipo de visceralidad.

Pero además, y por encima de todo lo indicado, está el tema económico, y los saguntinos saben muy bien que El Puerto contribuye con más población y más impuestos a las arcas municipales, cuando, en el mejor de los casos, los beneficios se reparten por igual y no proporcionalmente a lo aportado por cada núcleo. Quizá sea ésta la cuestión por la que una mayoría de la población saguntina no desea la segregación.

Es posible que esté equivocado y no sea así, siempre habrá alguien que me pueda rectificar con datos estadísticos o con números. Lo aceptaré de buen grado, como aceptaré que si la metáfora de las fotografías aportadas por nuestro alcalde, con sus colores, sus formas y la imagen del principio del día y del ocaso del mismo, todo eso, es sólo la fantasía de un orate que quiere ver más allá de lo que hay, reconoceré que lo puedo ser, aunque en mi ánimo no esté el perjudicar a nadie, ni me crea en poder de la verdad absoluta, ni pretenda sentar ninguna cátedra, como tampoco deseo la separación de ambos núcleos, aunque se vea a simple vista que han sido, son y, al menos a corto plazo, serán poblaciones tan opuestas como la tierra y el cielo.

Como complemento a lo indicado, quizá sea conveniente recordar una cuestión que puede englobar una parte de todo lo anterior; porque es curioso que el partido en el que milita el señor alcalde —si no recuerdo mal— está a favor de la independencia de Cataluña, pero al mismo tiempo está en contra de la segregación de El Puerto. Curioso ¿no?, aunque también —a mi modo de ver— contradictorio. Claro que también los «nacionalistas españoles» están en contra del «nacionalismo catalán», incluso de que se celebre un plebiscito para que los catalanes decidan qué quieren hacer con su vida, y eso creo que aún es más chocante. Y no me sirve que alguien recurra a eso tan manido de que hay que cumplir con la ley. En efecto, yo soy el primero que estoy en contra de cualquier ilegalidad, los que me conocen lo saben bien, pero hay cuestiones que son políticas y no jurídicas, con lo cual se deben de solucionar sólo por la vía que entiendo como más democrática: El consenso político y las urnas; pero si además vemos que una ley es injusta, lo que se debe de hacer es cambiar la ley y no aplicarla a rajatabla. 

Pero para intentar terminar de una manera más ecuánime o prudente, intentando que nadie se dé por aludido, aunque sé positivamente que este tema es muy espinoso, y aludidos habrá más de uno, que me puede replicar con las espadas en alto, podríamos decir, y sería un razonamiento final, que estas dos formas nuestras de comprender la vida no deben perjudicar la convivencia sino favorecerla. No existe un atardecer si antes no ha amanecido, como no se llega a viejo si antes no se ha sido joven; y si la juventud se asocia a la rebeldía y a las ganas de vivir, la vejez representa la sabiduría y la prudencia, y tan importante son unas cosas como las otras.

Si reconocemos nuestras diferencias con respeto, toda la población puede salir beneficiada. Si demandamos una solidaridad internacional, lo primero que deberíamos hacer es ponerla en práctica con la gente que convive con nosotros, la que tiene nuestras mismas raíces y nuestras mismas ilusiones, aunque las interpreten de manera diferente, porque creo que si en el ánimo de dos personas (o de dos poblaciones) está el llegar a un acuerdo intermedio que beneficie a las dos, y ambas ponen todo lo que esté de su parte, el provecho va a ser mucho mayor que el de las permanentes disputas.

José Manuel Pedrós García

 

 

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