El registrador

Escrito por José Manuel Pedrós García
Viernes, 29 Julio 2016 14:56

Hace unos días, rebuscando en la biblioteca, me tropecé con la novela El amante, de Marguerite Duras, y empecé a releerla. La obra, con una traducción excelente de Ana María Moix, me pareció en su día muy poética, y con una estética narrativa que rompía ligeramente con los cánones habituales, pero que la embellecía sobremanera (por ella recibió la escritora francesa el Premio Goncourt en 1984). Después, cuando se estrenó la película, tuve ocasión de ver en la pantalla aquello que mi imaginación había recreado al leer la novela, comprobando la magnífica interpretación de la actriz Jane March, que nos enamoró a todos con su juventud, su belleza y su actuación.
 
En uno de los párrafos, la narradora de la novela habla de su hermano, que está solo después de la muerte de su madre, y al que su progenitora le ha dejado la mayor parte de su herencia. Dice textualmente: «Era simplemente un golfo, sus causas eran pobres. Creó el miedo a su alrededor, no más allá.
 
Con nosotros perdió su verdadero imperio. No era un gángster, era un golfo de familia, un registrador de armarios, un asesino sin armas. No se arriesgaba. Los golfos viven como él vivía, sin solidaridad, sin grandeza, en el miedo. Tenía miedo».
 
A las seis de la mañana, después de estar leyendo casi dos horas, el calor tibio del verano, y el subconsciente, me gastaron una mala jugada, y donde dice: «un registrador de armarios», yo leí «un registrador de la propiedad». No puedo asegurar a ciencia cierta que eso fuera síntoma de algo que mi imaginación fraguara en ese momento, porque creo que la imaginación desconoce ciertos detalles que, por lo tanto, no los puede trasladar al subconsciente. Pero, en fin, tampoco podemos saber exactamente qué se fragua entre las neuronas de nuestro cerebro, que algunas veces interactúan por encima de sentimientos, ideas y sensibilidades.
 
Estamos atravesando unos momentos convulsos, de incertidumbre y desasosiego. La actividad política (o la falta de ella) nos inquieta, y nos precipita a tener sueños ambiguos y extraños o a leer frases que no están escritas, y en cierto modo nos preocupa que aquellos a los que les hemos concedido con nuestro voto el beneficio de la duda, no sean capaces de llegar a los acuerdos que la sociedad les demanda, porque se dedican a tocar las teclas necesarias para buscar desesperadamente un presidente del gobierno (sinónimo de poder absoluto), en lugar de hablar de las carencias y las necesidades de la población, intentando consensuar criterios para llegar a encontrar las soluciones más eficientes que desde los diferentes ministerios se pueden aplicar.
 
Al final, es posible que esos a los que se les denomina tan mayestáticamente «padres de la Patria», en el fondo sólo sean unos golfos que siembran el miedo a su alrededor, que pierden (o que roban) el imperio que hemos creado con nuestro trabajo todos los españoles, que viven sin solidaridad y cuyas causas no pueden ser más pobres.
 
José Manuel Pedrós García

 

 

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