El naufragio reincidente

Escrito por Bernardo Bartolomé de la Plaza
Viernes, 06 Mayo 2016 15:37

Vengo dispuesto a volver a escribir sobre el 14 de abril, pero no de 1931, como en mi anterior artículo. Esta semana quiero relatarles una reflexión, un pensamiento que lleva rondando mi cabeza desde hace varias jornadas. Discúlpenme si me pongo intenso o profundo, es mi intención. Hoy la cosa va de barcos y procelosos mares. Cíñanse el chaleco hinchable. Zarpamos.
 
Como les decía, un 14 de abril, pero de 1912, se produjo el mayor desastre naval en tiempos de paz. Un trasatlántico, el más grande que había surcado los mares hasta la fecha, se venía a pique en su viaje inaugural. Apodado “el insumergible”, fíjense si tiene guasa el asunto. Aunque el cachondeo se difumina cuando detallamos el cómputo total de víctimas: mil quinientas doce almas dejaron de fumar esa misma noche, ahogados o congelados en las frías aguas del Atlántico Norte. Habrán adivinado que me estoy refiriendo al hundimiento del RMS Titanic, conocen de sobra la historia: un buque de lujo, ansias por batir un record transoceánico, medidas de prevención insuficientes – vigías oteando el horizonte sin prismáticos, a pelo- , un iceberg solitario en medio del camino, la colisión, la catástrofe.
 
Lo que algunos de ustedes desconocen es que el navío se hundió por bordear la gigantesca montaña de hielo. Si el encuentro hubiera sido frontal el barco podría haber llegado a puerto, ya que disponía de mamparos estancos. Pero alguien dio la orden de orillarlo a babor y ahí se jodió el invento. El choque rajó todo el casco de proa a popa bajo la línea de flotación dejando listas de papeles a las cientos de personas que perecerían antes del amanecer.
 
Y aquí era donde quería llegar, a la similitud con nuestra España presente, a la analogía con el período político que estamos viviendo- y sufriendo, los que más-. ¿Acaso la crisis no ha sido nuestro iceberg autóctono? Desempleo, burbuja económica, corrupción, justicia politizada, deriva secesionista, blanqueo del terrorismo, sindicalismo apesebrado, periodismo complaciente… Les lanzo otra pregunta: ¿se podría haber evitado el topetazo?
 
Algunos la vieron venir pese a la falta de herramientas disponibles- de nuevo la carencia de catalejos-, pero fueron ignorados. Prevaleció el llegar más rápido que nadie, marcar un hito en la Historia, aunque para ello se eligieran rutas arriesgadas. ¿Qué fue si no el boom del ladrillo? Y una vez nos topamos con el iceberg se optó, como en el Titanic, por una maniobra precipitada que a la postre se tornaría errónea e insensata: intentar circunvalar el contratiempo con la esperanza de que solo nos tocara de refilón y todo acabara en un susto. Rodeamos los problemas de los nacionalismos, de los aforamientos, de las duplicidades…Sentamos en nuestras Instituciones a terroristas condenados- condenados terroristas, hicimos oídos sordos a los que atacaban nuestra Constitución, perseveramos en los recortes de los servicios básicos para pretender sanear unas cuentas calamitosas…, porque ningún capitán quería colisionar de frente con el obstáculo. Era mejor ser recordados por un “España va bien” o no alertar a la ciudadanía repitiendo sin cesar que esto no era más que una desaceleración económica coyuntural. Era preferible otorgar prebendas a las Comunidades históricas para eludir abordar la realidad de una España desigual. Y de la noche a la mañana perdimos honra y barco, y sin apenas darnos cuenta nos fuimos al carajo.
 
Y así seguimos, legislatura tras legislatura, comprando de nuevo el pasaje de un viaje que sabemos fatal, una travesía que terminará con el buque partido en dos – otra vez las dos Españas- en el fondo del océano. El peligro no era el iceberg sino la codicia desmedida de los armadores y la colosal ineptitud de la tripulación. Mientras tanto, nos aseguran que la orquesta – encuestas manipuladas, debates fraudulentos, elecciones anticipadas, pactos de sainete- seguirá tocando para amenizarnos el naufragio. No lo olviden, al final los ahogados son los pasajeros de turista, los de primera clase tienen la salvación asegurada. Y a diferencia del caso real, los que gobiernan el barco no se hundirán con él, porque han vendido su alma al diablo para ocupar un lugar privilegiado en el primer bote salvavidas que se arroje al agua.

Bernardo Bartolomé de la Plaza
@BernarBartolome

 

 

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