Machado decía que en España, de cada diez cabezas, nueve embestían y una pensaba. Este dicho, como muchos dichos sabios del poeta, nos sirve perfectamente en la actualidad, incluso podría aumentarse la parte de los que embisten. Las redes sociales y los medios de comunicación, nos lo demuestran cada día.

 

Cualquiera, particular, periodista o colaborador (que es lo que se lleva ahora en determinadas cadenas de televisión), puede insultar, menospreciar, ofender o humillar a quien quiera, porque sea de diferente ideología política o religiosa, porque le caiga mal, o porque en las reuniones de su comunidad de vecinos no le mire bien.

 

Argumentan en su defensa lo de la «libertad de expresión», pero esa libertad no les da derecho —en mi opinión— al insulto o al desprecio. Cada uno tiene sus sentimientos, y si a uno no le gusta que le ofendan o que le ultrajen, no puede —o no debe— ofender o ultrajar a los demás.

 

Podemos estar en contra de los homosexuales, del cristianismo, del nacionalismo, del ateísmo, de la Venezuela de Maduro o de la Grecia de Tsipras, como podemos estarlo de la democracia norteamericana o de cualquier régimen político africano, pero debemos respetar las diferentes opiniones controlando nuestro vocabulario y nuestro temperamento, que dice muchas veces poco de nosotros.

 

No somos capaces de admitir que todos somos diferentes y que hemos de tener en cuenta las distintas ideologías y creencias, aunque sean radicalmente opuestas a las nuestras, precisamente, para que los demás actúen a la recíproca.

 

En fin, reflexionemos, porque en el fondo todos tenemos capacidad de embestir, o de pensar.