El hortera crepuscular

Escrito por Bernardo Bartolomé y Eduardo Gómez
Viernes, 08 Abril 2016 15:54

Esta semana firmo junto a mi queridísimo compañero de fatigas. Entre los dos hemos dedicado los últimos años a desenmascarar farsantes, revelar comportamientos políticamente obscenos y denunciar públicamente corruptelas y depravaciones varias. Por la patilla y por afición. Gratis et amore. No nos ha servido de nada, pero al menos nos queda la satisfacción de haber inflamado las gónadas de algún que otro encumbrado prócer de la madre patria. Tocacojonistas vocacionales pueden llamarnos, creo que nos lo hemos ganado con creces.
 
El comportamiento del sujeto a diseccionar en el artículo de hoy se repite en individuos de muchos municipios y ciudades tanto en el presente como a lo largo de la Historia. No es, por tanto, un caso excepcional. De hecho, forman parte de un paradigma, de una manifestación secular reincidente sin apenas sufrir cambios. Arquetipo que reaparece en momentos de bonanza económica de forma tan inapelable e inevitable como en el otoño lo es la berrea del ciervo.
 
El hortera crepuscular no solo es transversal de manera transitoria, también lo es ideológicamente. No distingue la izquierda de la derecha — eso es contingente —, lo importante es que exista posibilidad de negocio y que se compartan algunas premisas básicas para su fomento: “todo tiene un precio”, “el fin justifica los medios” y otras tantas que jalonan su exitoso desarrollo vital. Distinguir esta tipología humana no es difícil: apuntalan su presencia con frases recurrentes como “yo me he hecho a mí mismo”, “le doy de comer a muchas familias” o “nadie me ha regalado nada”.
Licenciados en la Universidad de la Vida, exhiben su simpatía y talante resuelto preferiblemente en palcos de clubs de fútbol y barreras de plazas de toros. En su tiempo libre practican el noble deporte de la navegación, aunque desde siempre hayan sido más de secano que la alpargata de un labriego manchego.
 
Dominan contratas de limpieza, de basuras, colegios, cementerios, superficies urbanizables y tantas otras cosas. Son réplicas exactas de aquel personaje de las películas del far-west que era dueño de las cuadras, el saloon, la funeraria, el banco y un rancho auténticamente de postal y que para completar y coadyuvar a tan idílica existencia tenía la precaución de mantener en nómina al sheriff de la localidad, cambien la placa en forma de estrella por un bastón de mando consistorial y visualizarán nítidamente la actualización 2.0 del cómplice necesario para cometer sus fechorías. Adoran lo ostentoso y lo afectado, convirtiendo todo lo que queda en su radio de acción en zafio y chabacano, cual Reyes Midas de la ordinariez. El recato, la sencillez y la austeridad les repele. Confunden a Sócrates con el famoso centrocampista carioca y Séneca solo les evoca el nombre de algún lupanar de carretera.
 
Busquen a su alrededor, escudriñen en su entorno. ¿Tienen ya identificado el que le corresponde a su municipio? No se extrañen, todos tenemos un Pocero cerca, o Fabra, Rus, Ortiz, por citar apellidos al azar. Les damos una última pista, no se quejarán, se lo estamos poniendo a huevo. Hay unos complementos que rara vez faltan en su indumentaria: el Rolex en la muñeca y el diente de oro alumbrando toda la avenida. En las distancias largas son peligrosos, en el cuerpo a cuerpo son letales. Guarden cuidado al vislumbrar el áureo destello del colmillo; solo lo muestran cuando sonríen, y solo sonríen cuando hay una yugular a su alcance. Y tal vez en esta ocasión podría ser la de cualquiera de ustedes.

Bernardo Bartolomé y Eduardo Gómez
@BernarBartolome/@lebowski

Modificado por última vez en Viernes, 08 Abril 2016 15:56
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