¿División o postureo?

Escrito por Carlos Gil Santiago
Viernes, 22 Enero 2016 15:09

Por si no teníamos bastante con el hartazgo que suponen tres campañas electorales (con sus correspondientes pre-campañas) en menos de un año y medio, ahora nos toca pasar un largo proceso de pretensiones y negociaciones para la constitución del nuevo Gobierno de España. Cierto es que, hace unos días, dije que, a quienes nos gusta la política, podíamos disfrutar de esta intensa etapa, pero también lo es que la mayoría de españoles no comparte esta afición.

Desde las primeras horas de la noche del 20-D se adivinaron dos bloques que podrían pugnar, no sin apoyos adicionales, por investir un candidato a la Moncloa. De ellos, el mejor situado, por suma directa, era el formado por el PP y Ciudadanos, mientras que, por la mayor facilidad de añadir socios al pacto, la unión PSOE-Podemos ocupaba igualmente una buena posición de salida.

No es menos cierto, sin embargo, que ese “pacto de izquierdas”, contranatura y antisistema, conlleva una serie de compromisos que parte del electorado centrista no considera propios de un partido que pretende mantener su vocación moderada de centro-izquierda. De hecho, en el seno del PSOE, la posibilidad de pacto con Podemos para la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno pareció levantar ampollas en aquel Comité Federal celebrado días después de las elecciones y, aún ahora, algunos barones parece que siguen discrepando de la intención de su jefe de filas de integrar, en una acción de gobierno compartida, al partido de Pablo Iglesias.

Sin entrar a analizar qué es lo que más puede interesar a España, a los españoles e, incluso, al propio PSOE, la posibilidad de cerrar un pacto con Podemos, con los partidos independentistas catalanes, con EH-Bildu o con quien considere, no es solo responsabilidad de Pedro Sánchez. Si el PSOE cierra un pacto y lo refrenda con los votos de su Grupo Parlamentario, la responsabilidad será de todos y cada uno de sus diputados que habrán dado su voto a favor de la investidura de Sánchez y aceptado a sus socios en esta aventura.

Al fin y al cabo, la postura de Pedro Sánchez tiene una clara lógica, egoísta pero evidente. Su posición alterna entre el todo y la nada, o la Presidencia del Gobierno o su lapidación política, definitiva e irreversible, por su propio partido, donde ve los cuchillos afilados y el recogedor a punto para retirar los restos del derrotado. Visto así, hasta es justificable su intento de cerrar pactos, con quien sea, para evitar su prematuro final apenas dos años después de su comienzo.

Pero en un análisis político alejado de personalismos, es también necesario considerar los efectos perniciosos que, a ojos del electorado centrista del PSOE, puede causar un pacto con formaciones de extrema izquierda, como parece que pretenden avisar las corrientes internas que se pronuncian, de forma abierta, contra ese posible acuerdo, en una posición compartida con la creencia de un importante número de españoles.

Sin embargo, esos conatos de revueltas escandalizadas de determinados barones socialistas serán mero postureo si, con el voto de sus diputados, consienten una investidura que ahora critican abiertamente. Es cierto que puede resultar complicado decidir el  voto en contra de la investidura del candidato de tu partido, pero debería serlo mucho más votarla a favor considerando, como parece que piensan algunos, que puede ser el inicio de la firma del acta de defunción de un partido histórico en España como es el PSOE.

Que nadie se llame a engaño. Si el pacto de investidura sale adelante, es porque el PSOE, todo el PSOE, quiere y permite que salga investido presidente Pedro Sánchez, sea al precio que sea y con los apoyos que haga falta, ya sea de partidos antisistema, nacionalistas o separatistas. De no ser así, el propio PSOE tiene en su mano instrumentos suficientes para evitarlo.

Si no, que le pregunten a Rafael Simancas como le fue, en la Asamblea de Madrid, con Tamayo y Sáez. Seguro que esos dos apellidos aún retumban en su cabeza cada vez que recuerda que su abstención, en la votación de investidura, le impidió llegar a ser presidente de la Comunidad de Madrid y forzó nuevas elecciones. ¿Se repetirá la historia?

Carlos Gil Santiago
Alcalde de Benavites

 

 

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