PYMES y Autónomos

Escrito por David Navas Pires
Viernes, 01 Diciembre 2017 16:30

Parece que consideremos legítima la presión que ejerce el gobierno sobre nosotros, y en cualquiera de sus formas. Estamos tan acostumbrados que ni siquiera pensamos en una independencia personal, sino que acudimos al gobierno como único salvador de nuestra integridad e inigualable proveedor de nuestro bienestar.
 
Uno de los problemas de este atentado permitido a nuestras vidas, es que no actuamos contra ello, sino que buscamos ayuda al mismo que nos empuja a buscarla. Es, por lo tanto, el crimen perfecto. Aquel bucle que nos obliga a buscar ayuda, nos la devuelve según la percepción de su mundo, para más tarde volver a necesitar ayuda, solo que cada vez es más duro pagarla y los requisitos de su acceso comienzan a ser más estrictos, esto forma el peor crimen de todos, el crimen legítimo. Se acude a los gobiernos para que solucionen problemas que deberíamos hacer nosotros. Se vota a aquel que promete darnos lo que queremos, y no lo que necesitamos. No es como el mercado, ese que tanto aman unos y tanto odian otros.
 
En el mercado, el dinero de tu bolsillo sale porque tú quieres y las veces que así lo dispongas. Además, el mundo te facilita herramientas que se acomodan a tus posibilidades, como pueden ser los créditos o préstamos. Pero terminas endeudado. Tu deuda acaba por ahogarte, incluso por impedir que salgas a tomar café. Acabas por enfadarte y optas por no pagar. Pero las cartas administrativas y/o judiciales llegan a casa. Entonces, tu cabreo, que no es más que una inadmitida irresponsabilidad, termina por dirigirse al Estado y a todas sus instituciones, cuando el mercado, lo único que ha hecho ha sido darte lo que querías, y bajo el manto de la belleza de aquello que anhelas o deseas.
 
Pero el enemigo es más listo. Y tiene armas, aunque no todas ellas tengan mira telescópica. La promesa podría ser una de ellas, y es que, no hay mejor manera de dominarnos que dándonos lo que creemos que queremos, dibujárnoslo, convenciéndonos con datos que no entendemos o de engañosa interpretación. Ese enemigo no es el mercado, que no obliga, sino que ofrece, sino más bien el gobierno. Esa institución que es legítima, que legitima sus actos con verborrea y demagogia, y que se esfuerza para ser más implacable, pretende ser todavía más poderosa, y lo hace ofreciéndonos soluciones que justifiquen quitarnos lo que tanto cuesta ganar.
 
Ejemplo claro es el de pymes y autónomos. Sustentadores reales de nuestro país. Castigados por el triángulo del castigo: los gobiernos sucesivos, los votantes ignorantes y los clientes justicieros.
 
Los gobiernos sucesivos castigan a autónomos y pymes con devastadores impuestos. Es en realidad el Estado el primer sueldo, el primer asalariado, y de forma involuntaria y coactiva. Ni siquiera el autónomo y la pyme, que son quienes más impuestos pagan, pueden decidir qué hacer con esos pagos al Estado, cuyo dinero se desvanece, desaparece. Necesita dos semanas al mes de duro trabajo para pagar esas tasas y ahorrar para hacienda y sus cartas cardíacas. Incluso ese soplo de aire fresco al que aluden las empresas con el IVA, al que ven como una excusa inculcada e interiorizada a la fuerza, pero que, por encima de todas las cosas está regulada, es el Estado el que te dice lo que vas a ganar a golpe de decreto.
 
Ambos, son torturados con el imposible enfrentamiento contra el Estado. Saben y se resignan ante el poder votado, pues poco importan las banderas que ondeen las astas del orgullo, saben que mañana, deberán pagar más que ayer, y que aquellos que le prometieron oxígeno, acabaran asfixiándole. Ni siquiera podrán plantearse utilizar herramientas o proyectos para mejorar sus vidas, ya que, entre otras cosas, los presupuestos que llegan a sus manos se ven hinchados por la parte correspondiente para el Estado.
 
Pero el Estado no tiene instituciones culpables. Un edificio no piensa como para ser sincero, ni lo es un documento o un equipo. El verdadero culpable del deterioro de un país es el votante. El que sonríe a la caja idiotizante ante la flamante labia y los intencionales gestos del que pretende convencernos con la camisa de que es su programa el único que permite sacar de la agonizante pobreza a algunos ciudadanos a costa de empobrecer a otros, pero, por cuestiones horarias, discursivas y de difícil comprensión, esa última parte siempre se olvidan explicarla. Es como esa encantadora renta básica, esos subsidios por derecho o esas ayudas para todos, que terminan por pulverizar las cuentas de los que trabajan a cambio de coronar la bandera del éxito en los despachos del partido.
 
El que vota debería ser el más justo y el más crítico. El que vota debería saber cómo esquivar las flechas ponzoñosas que lanzan los que pretenden decirnos cómo vivir y en qué gastar. Nosotros, los preocupados por la política, el presente y el futuro, somos los que más justicia y libertades deberíamos exigir, y no simplemente poner a representantes a los que no conocemos. Pero tan loable acción exige demasiado, sobre todo para el que no escucha o lee, o simplemente para el que excusa su irresponsabilidad, el que delega en todos los sentidos de su vida. Para así, buscar culpables ajenos a sus deberes como ciudadano, como hombre y como persona. Y es que, en realidad, es más fácil buscar culpables que encontrar la humildad en uno mismo. Es rápido, e indoloro.
 
Pero el ciudadano, no es solo votante irresponsable y testigo de la decadencia, también es el que compra, el cliente.
 
Qué sencillo y rápido es pedir, y todavía más cómodo el exigir, pero qué complicado es dar. Todo el mundo pone la mano para cobrar, pero le cuesta pagar. A todos nos deberían aumentar el sueldo. Todos queremos comer hasta reventar, y por menos de 9 €, pues no soy rico. Pero no pensamos que debemos cumplir nuestras obligaciones como trabajadores, y, por ende, como clientes. Parece que no veamos que exigir lo más barato, no siempre es lo justo o lo debido. La mayoría de las veces, las pymes deben afrontar todos sus problemas y además consentirlos, teniendo como pagador a un cliente justiciero, que no honrado. No es posible pagar sueldos ejemplares como exige la sociedad, la economía y el deber, cuando el empresario tiene que sucumbir a un Estado torturador y unos clientes que se niegan a pagar el precio justo. No es lo mismo una fábrica, que tiene técnicas productivas con las que se pueden abaratar costes, que una tienda de ropa o restaurante que debe abaratar hasta el punto de no tener beneficios, pagar sueldos pobres o el cierre.
 
Si el ciudadano fuese justo y responsable y el cliente diese tanto como exige, los autónomos y pymes serían más fuertes, no habría tanta presión fiscal y nuestros sueldos aumentarían. No necesitaríamos ayuda de nadie y tendríamos lo que ganamos.
 
Una sociedad más libre, responsable y justa, es posible.
 
David Navas Pires
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