El individuo y la pareja (I)

Escrito por José Manuel Pedrós García
Viernes, 21 Abril 2017 16:10

Podríamos decir que la pareja es la primera célula de la familia, como la familia lo es de la sociedad: Una estructura humana en la que las opiniones y los gustos a veces no convergen, y las decisiones de los dos miembros reflejan relaciones de poder internas que algunas veces no desembocan en aquello que debería ser lo más adecuado para que la pareja perdure. Conocer esta estructura y sus características más esenciales nos puede permitir entender mejor los procesos por los que se desencadenan conflictos en esa célula, para así modular las posibles soluciones.
 
Hay dos factores, la economía y la paternidad, que pueden provocar las principales causas de conflicto, y un tercer factor, la infidelidad, que sería el más influyente en la ruptura de una pareja. Esto, generalizando de una manera amplia, aunque después puedan existir otros elementos particulares que, en cada caso, influyan de una manera positiva —o negativa— en la estabilidad de la pareja.
 
En la actualidad, al menos en Occidente, la base del inicio de la pareja es el enamoramiento, aunque no ha sido siempre así, y en un pasado eran los padres los que determinaban, en función del linaje, la dote o la riqueza familiar, si convenía que sus hijos se unieran en matrimonio. Tampoco ahora debe existir ninguna condición ajena para que una pareja no funcione, al menos en teoría, y cuando digo condición me refiero a características como la edad, la posición social o económica, la cultura, la raza, la religión, la ideología, incluso al sexo.
 
España fue uno de los primeros países en legalizar el matrimonio civil entre dos personas del mismo sexo, algo que nos llevó en la época de Zapatero a que se produjeran manifestaciones masivas por parte de sacerdotes, religiosos, prelados y laicos pertenecientes a la clase política más conservadora y a la población más reaccionaria, que no veían con buenos ojos aquello tan descabellado. Hoy en día ya admite la mayoría de la población este hecho y se han identificado con aquella iniciativa otros países más, hasta el punto de que incluso el papa Francisco duda de si podemos hablar de inmoralidad cuando dos personas del mismo sexo deciden unir sus vidas por amor. Sólo falta un paso más: contar con su bendición.
 
Los hijos en común son algunas veces el único motivo por el que muchas parejas se mantienen, pues los efectos del divorcio hacen que muchos padres rechacen la idea de separación, y velen más por la felicidad de sus hijos que por su propio bienestar. También en un pasado no muy lejano existía la prohibición de divorciarse, y esto llevaba a la existencia de una extraña vida en común en la que las conductas paralelas, y los amores escondidos y «pecaminosos», no proporcionaban ningún vínculo afectivo, y deterioraban la relación más todavía que si sus miembros se hubiesen separado. Pero nuestra tradición judeo-cristiana ha tenido siempre un peso muy importante en todo lo relacionado con la familia y la sociedad, y ha regido nuestros destinos de una manera déspota, no permitiendo la separación, cuando eso, precisamente, hubiese sido lo menos traumático en la relación. Otras causas importantes que pueden provocar cualquier ruptura, pueden ser la divergencia entre los caracteres y la personalidad de ambos cónyuges, que hace que se tienda a situaciones en las que uno de los miembros ejerce una presión y un poder tan contundente, que el otro llega un momento en que no está dispuesto a sobrellevar con pasividad o prudencia la carga de la pareja y explota.
 
Hay estudios que hablan de que las relaciones de pareja se empiezan a debilitar tres o cuatro años después de la convivencia común. Otros estudios hablan de que a los diez años se puede producir una crisis de identidad (o de enamoramiento), y que la primera década de la convivencia es la más problemática, siendo las siguientes décadas cada vez más benignas o más llevaderas. Hay parejas que se separan a los tres meses de convivencia en común; otras a los cincuenta años; y algunas duran toda la vida. Es decir, nadie puede hablar a ciencia cierta de cuál es el límite para que una pareja se mantenga a flote y sobreviva, porque cada una es diferente a las demás.
 
¿Se pueden dar algunos consejos para que la pareja solucione sus problemas de convivencia antes de que éstos surjan? Algunos expertos en la materia dicen que para tener éxito en las relaciones de pareja, o para mejorar la relación, no hay que esperar a tener problemas, sino que hay que conocer de antemano las soluciones para incrementar la felicidad. La comunicación fluida y la escucha activa entre los dos miembros es importante, sobre todo en la actualidad, en la que las jornadas laborales abultadas no favorecen entre la pareja esa comunicación clara, precisa y frecuente, pero comunicarse y escucharse no es lo único, ni lo fundamental. La toma conjunta de decisiones para la resolución de los problemas; saber qué medidas y normas adoptar entre los componentes de la pareja cuando surge algún conflicto; intercambiar conductas positivas que colaboren en el progreso, el desarrollo, la creatividad o el fomento de aquellas actividades que interesen al otro miembro, todo esto, es una forma de hacerle feliz, y eso se logra sin que deba existir ningún intercambio o correspondencia, es decir, sin esperar a que el otro miembro responda o actúe de la misma manera, y fomente, asimismo, la capacidad que pueda tener. Muchos opinan que el tiempo deteriora la relación porque se va perdiendo el amor; pero aunque eso pueda suceder, el amor se puede recuperar, haciendo que la ilusión hacia el otro miembro de la pareja se genere de nuevo, y alejarse de la monotonía diaria puede ser algo que contribuya de una manera eficiente a que esto se produzca.
 
Sociólogos y antropólogos han desarrollado y perfeccionado teorías diferentes sobre la evolución y el progreso de los armazones familiares, así como de sus funciones y cargos. Estas teorías indican que en las sociedades primitivas había dos o tres núcleos familiares, unidos normalmente por el parentesco de sus miembros, que durante una parte del año se desplazaban juntos, pero que en la época de mayor escasez de alimentos se dispersaban. La familia era una unidad económica: Los hombres cazaban y las mujeres cuidaban de la prole y recogían los alimentos para su preparación. Esta idea todavía permanece arraigada en nuestras estrías cerebrales, y hace que en la actualidad aún existan muchas familias en las que el hombre va a trabajar fuera, mientras que la mujer se queda en casa al cuidado de los hijos y del hogar, y esto es algo que forma parte de nuestro estancamiento biológico.
 
José Manuel Pedrós García

 

 

SUCESOS

SALUD