Lorca y Nueva York

Escrito por José Manuel Pedrós García
Viernes, 24 Marzo 2017 14:20

La vida, el amor y la muerte siempre han sido características muy socorridas en cualquier poética. Ya lo decía Miguel Hernández: «Llego con tres heridas, la de la muerte, la del amor, la de la vida». A estas tres, yo añadiría otra: «el más allá». «El más allá» como el acontecimiento último, como la circunstancia después de la muerte, eso extraño, que nadie sabe dónde ubicar, pero que nos ha permitido divagar, y sobre todo buscar un camino intermedio entre lo que cualquier religión predica y la racionalidad más acusada.
 
García Lorca, en muchos de sus poemas explota la «herida» de la muerte, pero no sé con exactitud si la explota como herida, como cualidad o como circunstancia, porque, evidentemente, la muerte es una circunstancia de la vida: Su circunstancia última.
 
Él siempre se vio envuelto en el drama y en la tragedia. Federico fue una persona con una gran sensibilidad social, una sensibilidad que le permitió acercarse a las clases más desfavorecidas, más marginadas, más pobres y más desahuciadas, como los gitanos de su tierra natal, como los homosexuales, a los que comprendía de una manera muy cercana; y desde su viaje a Nueva York, a los negros: la clase marginada por excelencia en EE UU. En los EE UU de la época de García Lorca y en los EE UU actuales, porque poco ha cambiado en estos últimos 80 años que nos contemplan desde la muerte del poeta granadino; y siguen existiendo las mismas clases sociales polarizadas, no voy a decir de una forma más acusada, pero sí, al menos, igual, o de un modo parecido.
 
Poeta en Nueva York es un poemario que escribió García Lorca entre los años 1929 y 1930, durante su estancia en la Universidad de Columbia (Nueva York) y durante el viaje que hizo a continuación a Cuba, siendo publicado por primera vez en 1940, cuatro años después de su muerte.
 
García Lorca se marchó de España en 1929 para impartir unas conferencias en Cuba y Nueva York, pero, en realidad, el motivo del viaje fue —quizá— un pretexto para cambiar de aires y huir del ambiente que le rodeaba y le oprimía. Había tenido un fracaso sentimental, había roto su relación con el escultor Emilio Aladrén, al mismo tiempo que se distanció de Salvador Dalí, quien en ese mismo año había realizado junto a Luis Buñuel la película surrealista Un perro andaluz, en clara alusión al autor granadino. A todo esto se unía el dilema interior que sentía por su sexualidad, lo que le había hecho sufrir en esa época una profunda depresión.
Vivió en Nueva York desde el 25 de junio de 1929 al 4 de marzo de 1930, y en esta última fecha se marchó a Cuba, donde estuvo tres meses más.
 
A Lorca le impactó profundamente la sociedad norteamericana, y sintió desde el inicio de su estancia una honda aversión hacia el capitalismo y la industrialización de la sociedad moderna, al mismo tiempo que repudiaba el trato dispensado a la minoría negra.
 
Poeta en Nueva York fue para Lorca un grito de terror, de desesperación, de denuncia contra la injusticia y la discriminación, contra la deshumanización de la sociedad moderna y la enajenación de las personas, mientras reclamaba una nueva dimensión humana, donde predominase la libertad y la justicia, el amor y la belleza. Por todo ello, este poemario puede ser considerado, dada su trascendencia, una de las obras poéticas más importantes y distinguidas de la historia de la poesía. Podemos decir que se trata de una crítica poética, en un momento de cambios económicos y sociales, de una magnitud única en toda la historia de la humanidad, que convierte esta obra en una profunda reflexión pesimista, haciendo que sea un punto de unión entre el modernismo y la nueva era tecnológica.
 
Cabe remarcar que Lorca llegó a los Estados Unidos poco antes de producirse el Crack de 1929, que sumergió al país en un ambiente de crisis económica y miseria social. En unas declaraciones a Luis Méndez Domínguez, en 1933, expresó así su percepción de la ciudad: «Impresionante por fría y cruel... Espectáculo de suicidas, de gentes histéricas y grupos desmayados. Espectáculo terrible, pero sin grandeza. Nadie puede darse una idea de la soledad que siente allí un español, y más todavía un hombre del sur».
 
El primer y único borrador de Poeta en Nueva York, estaba formado por 96 páginas mecanografiadas y 26 manuscritas. Lorca lo entregó a José Bergamín poco antes de su muerte, en 1936, con abundantes tachones, añadidos y correcciones. Bergamín se llevó consigo el manuscrito al exilio, primero a Francia y luego a México, y a partir de él realizó la primera edición en 1940, que apareció simultáneamente en México (Ediciones Séneca) y Estados Unidos (Ediciones Norton, traducido por Rolfe Humphries), aunque con importantes diferencias, debidas, al parecer, a ligeras modificaciones introducidas por Bergamín, quien sin embargo fue muy respetuoso con las indicaciones de su amigo.
 
Poeta en Nueva York supuso un cambio radical en la evolución poética del autor granadino, iniciada con Canciones en la tradición lírica clásica con un claro sello popular y una métrica basada en el cancionero y el romance. Sus siguientes obras, Poema del cante jondo y Romancero gitano, estuvieron marcadas por una acusada estilización y la pervivencia de los elementos populares, aunque la versificación tradicional fue perdiendo terreno frente a la fantasía creadora del poeta.
 
Una de las principales influencias que se observan en Poeta en Nueva York es, precisamente, la del surrealismo. Esta corriente pretendía renovar radicalmente la literatura, fomentar la libertad creadora del escritor a través de la libre expresión del subconsciente, abandonando cualquier tipo de convencionalismo, ya fuese moral, social o artístico. Buscaba una renovación estilística, llegar a la «poesía pura», a través de un lenguaje metafórico. Sus miembros pretendían trascender la realidad accediendo a un nivel superior de conciencia, a una «sobre-realidad», de ahí el nombre del movimiento. Y todo eso, Lorca lo supo plasmar, como todo lo que emprendía, de una forma magistral. Podemos decir por lo tanto que estamos ante un poemario imprescindible.
 
José Manuel Pedrós García

 

 

SUCESOS

SALUD