Vicente Rojo Lluch

Escrito por Albert Llueca Juesas
Viernes, 22 Enero 2016 15:06

El general Rojo residió durante largas temporadas en Sagunto, ciudad en la que residía gran parte de su familia. Su hermano Francisco era ingeniero de Altos Hornos del Mediterráneo, S. A. Sus hermanas Encarnación y Mercedes dejaron en nuestra ciudad hijos y nietos. En Sagunto el general Rojo contó con muchos amigos que compartían con él sus inquietudes culturales y literarias. Es el autor de varios libros sobre la milicia y la historia de España. Publicó cientos de artículos. Profesor de la Academia Militar de Toledo y gran estratega.

Como militar, siendo teniente general, consiguió el rango de Jefe del Estado Mayor del Ejército de la República. Durante la guerra civil el Gobierno legal de la nación se estableció en Valencia durante algunos meses. Vicente Rojo fijó su residencia en Sagunto, en Villa María. Después de la guerra al regresar del exilio de Sudamérica pasó algunos veranos en la urbanización "La Pinada".

Oficial del Cuerpo de Infantería pasó cuatro años en las campañas de África. Capitán profesor de las academias de Infantería y diplomado de Estado Mayor. Al estallar la guerra civil se mantuvo fiel al Gobierno de la República y como miembro del Estado Mayor participó en algunas de las más importantes campañas, entre ellas la defensa de Madrid. En septiembre de 1937 conseguía el grado de General. Su vida como exiliado transcurrió entre Francia, Argentina y Bolivia. El 25 de octubre de 1955 solicitó al ministro de Defensa Nacional, Agustín Muñoz Grande, regresar a España dado su precario estado de salud y su deseo de morir en su patria. El Consejo de Ministros, presidido por Francisco Franco, celebrado el 18 de enero de 1957 autorizó la vuelta del ex-general de la República. Al entrar en España fue detenido y sometido a Consejo de Guerra sumarísimo siendo condenado a cadena perpetua suspendiéndose, finalmente, la ejecución de la sentencia. En 1994 los saguntinos le tributaron un multitudinario y cálido homenaje póstumo con ocasión de celebrarse el centenario de su nacimiento. El Ayuntamiento de Sagunto le proclamó “Hijo Adoptivo” de la ciudad.

Pero como vivió él el inicio de la guerra. Aquí un extracto del manuscrito de cómo llegó la noticia de la rebelión de 1936 al Ministerio de Guerra y por qué el entonces comandante Rojo fue leal.En las últimas horas de aquella tarde, al regresar a mi despacho del Estado Mayor Central, donde prestaba servicios como ayudante de campo del general Avilés, me crucé en uno de los pasillos del Ministerio de la Guerra con mi compañero y amigo F. V. Se detuvo ante mí un tanto agitado, nervioso, diciéndome:

-¿Conoces la noticia?
-¿A qué te refieres?
-A la sublevación.
-¿Quién se ha sublevado? ¿Dónde?
-Unidades del Tercio y Regulares. En Melilla. Acaba de llegar un telegrama. Lo han dicho en la sala de ayudantes. Es todo lo que sé. ¿No sabe nada tu general?
-Nada me ha dicho. Le dejé hace media hora en el despacho de L. y ahora iba a ver si quiere algo antes de marcharme.
-Estamos en momentos de desconcierto y hay que tener cuidado con las noticias y rumores que ruedan de boca en boca.

Yo era uno de los desconcertados. Sospechaba, como otros muchos jefes, que había una trama de conspiración, pero ignoraba totalmente su contextura. En los pocos días que llevaba prestando servicio con el general, a quien no había tratado personalmente hasta ser nombrado su ayudante, me había demostrado confianza y afecto, ambos en un plano más protocolario que emotivo; y aunque confidencialmente supe por otros conductos que mi predecesor en el cargo (el comandante xxx) (1) había cesado por sospecha de que estaba en relación con algunos de los militares que conspiraban fuera del EMC, el general en ninguna ocasión me habló del asunto, ni me hizo insinuación alguna tendente a conocer mi pensamiento en relación con supuestas o posibles conspiraciones. La obligación a que estaba vinculado de seguirle lealmente en sus determinaciones era cosa que no me ofrecía duda.

Reflexionaba sobre las derivaciones que el suceso pudiera tener. Pensaba que si el general estaba complicado y nada me había dicho sería para tener más libertad de acción, prescindiendo de mí, cuyo parecer en orden a un acto de rebelión desconocía; y que si el general no estaba complicado, afrontaría los hechos con sentido de responsabilidad en razón del alto puesto que ocupaba, y yo no podía hacer otra cosa que obedecerle y colaborar lealmente. Esa era la clara síntesis de mis reflexiones, pese a la abrumadora inquietud hija de la incertidumbre... ¿qué iba a suceder? ¿Quiénes eran los complicados? ¿Qué se proponían? De los innumerables chismes, noticias que se dejan caer, hipótesis, nombres, etcétera, recogidos casualmente, ¿cuáles podían ser ciertos y cuáles falsos? Realmente yo nada concreto sabía porque mis obligaciones oficiales y privadas sólo excepcionalmente me dejaban tiempo para acudir a tertulias de adictos o de opositores. No tenía contactos políticos de ninguna especie y ni siquiera me había hecho presente en el Círculo Militar. Tenía amigos en todos los planos de la jerarquía militar y de todas las tendencias, y si realmente estaba persuadido de que social y políticamente vivíamos un desbarajuste extraordinario, también lo estaba de que las culpas de cuanto sucedía no estaban sólo en las conductas de los que perturbaban el orden, sino principalmente en los que provocaban el desorden, movidos por intereses o egoísmos más o menos inconfesables o inmorales fuera del campo castrense. En verdad, el desequilibrio social en que nos debatíamos tenía muchas raíces, pero ante el hecho consumado no había tiempo para rememorarlas.

(...) En realidad, el día 18 fue de extrema confusión y de mínima perturbación subversiva en Madrid, donde la Dirección de Seguridad comprobaba que se estaban concentrando elementos sospechosos en el cuartel de la Montaña, sabiéndose que el general Fanjul, vestido de paisano, había llegado al mismo. Sin duda, el Gobierno no quería provocar hechos de violencia, mientras no hubiera motivos de desconfianza de los jefes que ejercían el mando de unidad de la Guardia Civil y Asalto y formaciones de Milicias apostadas en las inmediaciones, mientras éstas no acusaran una actitud de rebeldía. Y esto sucedió cuando los jefes de las unidades encerradas en el cuartel de la Montaña se resistieron a las órdenes emanadas del Ministerio y en una de las unidades de Campamento aparecieron los primeros brotes de subversión.

(...)Estimaban los (¿exaltados?), dirigentes y dirigidos, que por la índole de las personas que integraban el nuevo Gobierno y por la personalidad del jefe designado podían inclinarse al pacto con los sublevados, con riesgo para la supervivencia del régimen político y de previsibles represalias que pudieran sobrevenir si el poder pasaba a las fuerzas de derechas. Se produjeron manifestaciones populares y se reclamó la constitución de un Gobierno fuerte dispuesto a defender a toda costa el poder legalmente ganado por la coalición política de izquierdas.

El resultado fue que sin que aquel Gobierno de Martínez Barrio hubiera llegado a constituirse se nombrase otro presidido por el Sr. Giral, en el que figuraba como ministro de la Guerra el general Castelló, gobernador militar de Badajoz, que desde el primer momento había demostrado su lealtad al Gobierno manteniendo la guarnición de aquella plaza (...). La declaración de hacer frente a la sublevación fue terminante, siendo su primera determinación (la de Giral), no obstante la oposición de algunos dirigentes políticos, la de armar al pueblo como éste reclamaba, para poder contrarrestar la acción de fuerza de los elementos ya declarados en rebeldía y de las unidades de dudosa lealtad que pudieran secundarlas.

Inmediatamente se constituyeron, armadas bajo la responsabilidad de los partidos políticos y de las sindicales, diversas unidades de Milicias que se apostaron unas frente a los cuarteles cuya actitud se estimaba dudosa y otras en los accesos a Madrid desde Campamento y los cantones de Alcalá y Vicálvaro. Había sido nombrado ministro de Guerra el general Castelló y le (¿representaba?) hasta su incorporación desde Badajoz el general Miaja. La acción rectora la había asumido la (Subsecretaría del Ministerio).

(…)Yo no había prometido a nadie nada que pudiera apartarme de ese camino. Yo no tenía vínculos de ninguna especie con partidos ni jefes políticos, ni había convivido en ambientes masónicos, o libertarios, o aristocráticos, o religiosos, o socialistas. Tenía, naturalmente, mis convicciones y creencias, y la más firme de todas, la que ha gobernado y gobierna inflexiblemente mi vida, la del deber militar, en el que me eduqué desde los ocho años. Había jurado cumplirlo y lo cumpliría, aunque me viera sumido en un caos.

Este concepto del deber evidentemente no concuerda con el expresado por el caudillo de la rebelión (Francisco Franco) en su discurso del 19-IV-38, en el que dijo: "Hay que sustituir el viejo concepto de la "obligación", fríamente llevado a las instituciones demoliberales, por el más exacto y riguroso del "deber", que es servicio, abnegación y heroísmo, no impuesto por el imperio coercitivo de la Ley, sino acatado con la adhesión libre y voluntaria de la conciencia cuando nuestros sentimientos están impregnados de las más puras esencias espirituales. Imponían las Constituciones la "obligación" de defender la patria con las armas. De nada nos habría servido ese concepto formalista en esta magna ocasión si nuestra juventud, consciente conmigo de la anchura de la empresa que nos cabía el honor de realizar, no se hubiera entregado a ella con el alma henchida de espíritu de sacrificio y con el ímpetu que no se pone en el cumplimiento de los reglamentos, sino en las obras colectivas que pasan a la Historia con el estigma sagrado de la virtud (...).

Ese sentido del deber ha de ser profesado de un modo singular por las clases altas que son depositarias de la tradición, y con las intelectuales con alma y pensamiento españoles, sin los cuales el movimiento carecería de rumbos doctrinales, y por los obreros, a quienes el proteccionismo del Estado impone compensaciones de disciplina y servicio".

(...)A los 15 minutos de aquella respuesta, la orden estaba en mi poder e inmediatamente me incorporé para prestar servicio como oficial de EM en la Secc. II del EM del Ministro de la Guerra, siendo mi jefe inmediato en dicha sección el comandante Estrada. Así se encauzó mi actividad profesional en el proceso de la guerra.

Albert Llueca Juesas
Presidente de L’ARXIU-Camp de Morvedre

 

 

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